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Imágenes, Audios y Textos
Ella me regala su figura, sentada ante un puesto en el mercado. Y no, no me preguntéis qué es lo que vende, ni siquiera quienes o cuántos la acompañan. Tampoco soy consciente de si es de día o de noche, si luce el sol o, por el contrario, lo ocultan las nubes. Nada de eso importa, todo es prescindible, excepto sus ojos, su piel arrugada, el color que se va descomponiendo. Únicamente me interesa su rostro de trazo grueso que me mira sin verme, porque tal vez yo no exista para ella, porque tal vez mi mundo sea imaginado y ella lo único real.
La luz
¿Vosotros soñáis en color? Le hice esta pregunta a alguien en una ocasión y me dijo que sí. Además fue un sí rotundo, no lo dudó ni un instante. Y yo, como soy como soy, un hombre del que huyen las certezas, me quedé un tanto preocupado porque yo no soy consciente, en los sueños, del color. No es lo importante si son en blanco y negro o por el contrario son colores intensos y saturados. No sé si en una escena del sueño hay tres o diez colores y si son complementarios o se dan de bofetadas entre ellos. Y es que lo que me cautiva de soñar es sentir. Nada más.
Pero en mis fotos la cosa cambia, y cuando dejo volar mi imaginación, cuando dejo que mi corazón cree historias a través de los colores, pueden ocurrir cosas extraordinarias, como en esta escena del maestro callejero que imparte sus enseñanzas a la niña que asiste maravillada al descubrimiento del conocimiento.
Un mismo lugar y dos vidas. Una empieza y la otra casi termina.
Mirad los colores, tan diferentes. Ni siquiera ellos, los colores y la luz, parecen ser un nexo común. Pero buscad a través de ellos, de la luz y el color, y tal vez encontréis lo que les une, algo que está más allá de las miradas, que tanto confunden.
Si los hechos objetivos existieran, quizás entonces la realidad sería objetiva y podría compartirse. Y si así fuera, no haría falta que yo os explicara nada acerca de esta niña. Soy consciente de que, al verla, muchos de vosotros la habréis incorporado a vuestro pensamiento como varón. Pero es lo que tiene lo relativo.
Os explicaré que, en primera instancia, apareció ante mis ojos oscura, borrosa y apenas definida. La descarté de inmediato, pero sabed que yo jamás borro ninguno de mis ensueños. Ahí quedó, pero de tanto en tanto aparecía. Y así comenzó a obsesionarme. Al principio, poco a poco. Conforme pasaban los días, de manera más acuciante. Y soñaba que la soñaba nítida y enfocada, con la mirada transparente y luminosa. Y un buen día, al despertar se hizo real ante mis ojos, esos ojos del alma que quisieron llegar más allá de la mirada y rescatar la verdadera esencia de una niña en Benarés.
Viento
Hay quien dice que la realidad es una creación colectiva (porque es un sistema del que todo observador es parte).
Pero cada observador tendrá una visión distinta de aquello que percibe. Y cada una de esas percepciones, ya sean coincidentes o antagónicas, conformará una realidad diferente y única. De este modo, cada uno de mis personajes retratados cobrará tantas vidas distintas como pares de ojos los contemplen. Pero, entonces, ¿cuál es la verdad de estos niños?
La verdad absoluta no existe, ni siquiera yo puedo asegurar que lo que ellos me transmitieron en aquel sueño sea real. Ni siquiera ellos tendrán una consciencia total de sí mismos. Y seguro estoy de que muchos habrá que abrirán su corazón a la compasión imaginando una infancia plena de carencias. Y preguntaréis si iban a la escuela, si disfrutaban de una sanidad universal y gratuita, si eran amados por sus padres… Y también habrá quien se atreva a soñarlos libres como el viento y aprendiendo del aliento de los bosques o el río, y me interpelaréis acerca de lo acertado de vuestro sueño.
Y qué importa lo que yo os cuente. Únicamente será un hecho subjetivo. Para mí, lo único real., pero nunca para vosotros.
¿Sabes? Quizás mis fotos no revelen la verdad de las cosas. Quizás sus vidas no sean tal cual las muestro. Pero desde el momento en el que las veo por primera vez en mi pantalla, nada de lo que haya ocurrido antes importa. Y es entonces cuando voy más allá de la mirada. Y comienzo a dibujar sus vidas, iluminando ciertos rasgos, oscureciendo los fondos, para que nada me distraiga, dejando que la luz invada únicamente aquellas zonas que me hacen ir más allá de la mirada; de la suya o de la mía, que igual tiene. Y es entonces cuando las diferentes realidades aparecen, cuando ya nada tiene que ver con aquella imagen captada cualquier día a pleno sol Y que ahora surge del fondo oscuro de un pensamiento que confunde lo real y lo imaginado.
Ya no quiero conmoveros con una imagen, sino que seáis vosotros quienes cerréis los ojos y recreéis sus vidas, sus tristezas y alegrías, sus afanes y esperanzas. Que vayáis más allá de los límites que la consciencia impone y que las hagáis reales tal y como vuestro corazón las siente. No soy yo quien ha de conmoveros al contaros las condiciones en las que vive este niño de apenas doce años, todo el día sumergido en las opacas aguas del lago. Y podría replicar en estos muros la imagen completa, rodeado de grandes barcas que él va moviendo con presteza, empujando con los pies bien anclados en fangoso fondo del lago Tonle. Pero únicamente me interesan esas gotas que salpican su rostro y que quedan retenidas en su pelo iluminadas por un pequeño haz de luz.
Es lo único que necesito para sentirlo.
¿Y si no todos somos capaces de atravesar las puertas de la percepción que nos llevan hasta las antípodas de la mente lugar donde se encuentran otros mundos? Allí, todos los colores se intensifican hasta un tono muy superior a como se perciben normalmente, y al tiempo, aumenta nuestra capacidad para reconocer las finas distinciones de tonos y matices.
Es difícil dar ese paso, el que nos llevara a abrir esas puertas mencionadas que nos llevan a percibir el mundo de una manera poco o nada convencional. Y recordad que lo percibido, en cualquiera que sea el plano, siempre es real.
Como lo son estos personajes que ya no están solos. El individuo ya no existe como tal, como ser único y se convierte, de repente, en indispensable para recrear el colectivo. Las madres con sus hijos casi como un apéndice de sus cuerpos, las hermanas que crean vínculos que durarán eternamente, la abuela que acompaña, quizás con mirada cansada o triste, al nieto que dará continuidad a sus sueños.
¿Qué ocurre? ¿No podéis verlos?
Yo hasta los oigo.
Mi universo es oscuro, lo sé. Y no se me escapa que muchas personas piensan que eso no es nada bueno. Que tras la oscuridad se esconden pensamientos, cuanto menos, turbios.
—No puede haber franqueza en la negrura –piensan unos.
—Luz y taquígrafos –gritan otros.
—A saber qué es lo que esconde –comentan muchos.
Y no voy a perder el tiempo con ellos. Cosa bien distinta es tratar de explicarme con vosotros, que a través de mis fotos y de mis palabras lleváis transitando un buen rato por mis adentros.
Al parecer, en la oscuridad se ocultan los monstruos que imaginaron de pequeños y que siguen alimentando con el paso de los años. La oscuridad da cobijo a todo lo que temen, ya sea real o imaginado, pensado o soñado. La oscuridad, en definitiva, les hace enfrentarse con ellos mismos.
Para mí, la oscuridad, está llena de luz.
Y como muestra, un botón.
Es difícil renunciar a la luz y el color. Ellos me cuentan las cosas que suceden en lo que hemos dado por sentado que es el mundo real. Y en ese mundo, todo forma parte de un contexto, nada ni nadie escapa a un entorno que justifica la presencia del individuo. Pero pensad que, si yo no lo escondiera, si no lo hiciera vivir en un fondo oscuro, estaría condicionando vuestras emociones y sentires y entenderíais sus vidas desde el prejuicio. Además, ¿qué mérito tendría que me limitara a transmitir lo que mi cámara recoge y procesa? ¿Qué aprendería yo? ¿Qué aprenderíais vosotros?
Cuando tomé esta imagen, únicamente era un hombre que salió de su choza para ver quién era yo: un intruso o un visitante, que igual tiene, con la necesidad de buscar aquello que palpita en dimensiones que no le pertenecen.
Era un pescador de los muchos que rodean el lago Tonle que se refugiaba del calor del mediodía. Disparé mi cámara instintivamente casi sin detenerme y le saludé con la mano. Él me correspondió de igual modo y yo seguí mi camino.
Y fue en un sueño, semanas después, cuando dejó de ser un hombre para convertirse en la representación de algún dios menor -de los muchos que habitan los bosques inundados de aquel lugar-. Un dios menor al que acudo
de tanto en cuanto a descansar en esa sonrisa apenas esbozada que me dedicó en otra vida, en otro sueño.
Verás, cuando estoy en algún país lejano y hago una foto, jamás pienso en cuál será el resultado final; ni siquiera estoy seguro de que después vaya a editarla. Yo casi nunca estoy seguro de nada. Fíjate que hay fotos que después de años olvidadas, me las encuentro y es entonces cuando comienzan a hablarme, a hacerse reales en mis adentros. Y dudo, amigos. Dudo de que yo haya tenido la osadía de viajar hasta aquellos lugares y robar esa imagen. Y no sé, quizás sea mi locura, esa que no me deja distinguir lo real de lo soñado, o quizás imaginado, pero me digo a mí mismo que esta mujer iluminada de soslayo y que apenas tiene nada que ver con la imagen captada, no puede ser real.
Y con esa idea me embarco en un nuevo viaje, o sueño, vete a saber, y voy al lugar en el que coincidí con ella.
Y sí, ahí está al borde del camino, sentada frente a su telar, en el mismo sitio, después de tantos años, después de tantas cosas. El mismo peinado, la misma sonrisa teñida de betel.
—¿Existes? —Le pregunto.
Gira levemente su cabeza a la derecha y la inclina un poco hacia arriba para enfrentar su mirada con la mía y responde:
—Todo depende ti.
Nitocris
A veces, no siempre, pienso que cerrar los ojos es renunciar al mundo.
Renunciar al mundo, aunque no a la vida. Porque la vida camina hasta más allá de la mirada.
Cerrar los ojos y explorar los caminos que nos llevan al encuentro con nosotros mismos. O no, tal vez únicamente queramos descansar un momento, abstraernos de nuestras cuitas.
Pero… ¿y si al cerrar los ojos nos escapamos en las alas del ensueño hasta esos mundos en los que todo es posible, en los que nada se nos niega?
Cerrar los ojos y soñarnos con alas, surcando el cielo, lejos de la tierra que nos condena a vivir anclados; dejarnos llevar por las corrientes de aire que nos envuelven como si de una caricia se tratara.
Cerrar los ojos y soñar que aún somos capaces de amar, de sentir el cielo en un abrazo.
Cerrar los ojos y soñar.
A veces dudo de que yo, el que escribe y describe, haya visitado todos esos países, que sea yo quien haya retratado a estas personas tan diferentes a vosotros, que haya caminado entre ellos, que me haya sentado en sus mesas y dormido en sus camas. Dudo incluso, como ya sabéis, de mi propia existencia y, por supuesto, de las vuestras
¿Y si únicamente ha sido un sueño? ¿Si nada de esto es real y aún sigo flotando en el espacio, detrás de la luna y oculto a la mirada de los hombres?
Y de la oscuridad, o tal vez desde la nada, surge la serena imagen del sadhu. Me mira y su voz llega hasta mí mecida en las alas de un aliento:
—Lo único real es lo que hay en tu interior.
Y como vino, se fue.
En el principio el hombre creó a dios. Supongo que alguien en la soledad de un sueño inquieto sintió miedo por alguna circunstancia y al no haber nadie que pudiera auxiliarlo o consolarlo, imaginó a un ser divino con los poderes necesarios para sacarle del apuro. Quizás éste haya sido el mayor error de la especie humana, el verdadero pecado original. A partir de ese momento, a la caída del sol, los habitantes del poblado se reunían alrededor del fuego para escuchar las grandes bondades de sus dioses. Porque, al parecer, no les bastaba con crear uno solo, sino que se fueron multiplicando sin control ni tino llenando los cielos y la tierra. Y a ellos se sometieron hombres y mujeres. Y los que al principio eran buenos, sintieron miedo de que la bondad no fuera suficiente para retener a sus fieles, de manera que incorporaron a sus doctrinas amenazas de castigos horribles y la privación de paraísos prometidos por un quítame allá esas pajas. Y así dominaron la tierra. Pero ¿qué sucedería si, de repente, dejáramos de imaginarlos o soñarlos? Difícil empeño.
El pastor guía a los fieles en procesión atravesando las calles de la Ciudad Rosa. Suena la música, las mujeres danzan y las ofrendas llenan sus brazos. Únicamente sueñan con caer postrados ante los pies de sus dioses soñados.
Puede que, tras escuchar mi relato, pienses que mi vida es un caos, sin tener clara la diferencia entre lo real y lo soñado. Pero nada más lejos. Verás. En el mundo consciente, en lo que tú llamas realidad, casi todo está bajo control. Pero hay otros planos de existencia en los que nada depende de ti. No se pueden controlar los sueños; y vivir de esa manera, sin control ni dominio sobre mis otras existencias, sin entenderlo, me enriquece. Y soy consciente de lo que vivo en cada momento, ya sea en la vigilia o el ensueño. Por eso, cuando me enfrenté a la imagen de esta niña Karen, supe que tenía dos caminos: imaginarla sufriendo la explotación y el cautiverio o, por el contrario, tranquila y serena, pero, sobre todo, irradiando belleza. Y elegí la belleza cautivadora, la mirada limpia, la armonía de los colores y esa luz que ilumina la sonrisa.
Esa sonrisa.
Todo es impreciso, lo sé. También soy consciente de que no estoy siendo capaz de transmitir a través de mis palabras el corazón de las imágenes. Pero, es que no estoy seguro de querer hacerlo, al contrario de otras veces que mi discurso trataba de guiaros hacia mundos de otro mundo. Pero mientras me abría camino entre los nuevos rostros que penden de estos muros, me di cuenta de que ya no tenía derecho a hacerlo. Quizás porque tal vez mi mirada os presente lugares e historias que únicamente existan en mi interior. O que no existan, que todo puede darse.
Sin embargo, he llegado a un punto en el que todo está claro, que todo, hasta lo más disparatado que se os pueda ocurrir, es real.
Y el ensueño me lleva hacia atrás en el tiempo, cuando aún no había sentido el calor de una piel cercana, y la encuentro a ella en un mercado cualquiera. Tan bella, tan serena, con la luz naciendo en su mirada, con la vida asomándole a los ojos. Y tal como nos vimos, nos enamoramos. Y en un instante vivimos una vida juntos, el uno al aliento del otro.
Hoy, después de tantos sueños, después de tantas cosas, cuando la miro, me asombra haber sido capaz de soñarla.
Y a veces la existencia comienza con un punto de luz que brilla en la oscuridad. Es a partir de ese reflejo dorado, que todo comienza a tener sentido. La vida existe a pesar de la oscuridad y trata de abrirse camino hasta el lugar en el que me encuentro. Y es que a mi alrededor no hay nada. No hay nadie.
Sin embargo, algún dios compasivo se apiada de mí y me da ese punto de luz -que yo imagino como el comienzo de un universo regalado- que se convierte en una dorada estrella que me ayuda a vislumbrar el rostro de una mujer ya con una vida dibujada en piel. Cada arruga es un camino recorrido, un momento sufrido un instante gozado. Y se me ocurre… que sin mí, ella tal vez no existiera. Y me atrevería a pensar que también existe porque vosotros, al contemplarla, la estáis haciendo real.
—¿Y qué más da, Ismael? ¿Por qué plantearnos si lo que nos rodea existe? ¿Acaso no te basta con la bondad de su mirada?
—A veces, querida, solo a veces.
Cuentan que el hombre está hecho de barro; de tierra y agua. La tierra nos da alimentos y el agua sacia la sed. Comer y beber ¿acaso necesitamos más?
¿Y los sueños? ¿De qué están hechos los sueños?
Los sueños están hechos de alientos que se entrecortan, de miradas que perdimos, de manos que no alcanzamos, de besos que nos robó la noche, de pieles cubiertas de pecados imaginados, de perfumes olvidados, de palabras que callamos, de soledades y miedos. Los sueños están hechos de carne y la carne, de agua y tierra.
La magia existe, eso casi llega a ser un hecho objetivo, una creación colectiva de la realidad. Y no me refiero únicamente a esa magia de salón, ilusionismo se llamaba, que también. Pero yo quiero enfocarme en la magia de las cosas, de las personas. Aunque, como siempre, lo que para mí pueda ser un hecho excepcional, para ti no sea nada.
La magia es el vehículo que nos ayuda a traspasar las puertas de la percepción. La magia de una mirada que nos permite conocer el pálpito de un corazón ajeno; la magia de un relato que nos hace viajar por universos ignotos más rápidos que la luz. La magia de una cópula amorosa que nos convierte en dioses y diosas, aunque sea únicamente por un momento. La magia de la oscuridad que convierte la luz en un milagro capaz de mostrarnos la vida de los sueños.
La magia de la mano que emerge de lo oscuro, inundada de la luz que termina reflejada en su rostro.
A veces el ensueño me guía por caminos en los que los tonos, la saturación y la intensidad del color. no pertenezcen a este mundo. Quizás, en este momento, solo sea capaz de ver el color y la vida reflejados en los ojos de esta mujer que vuelve su mirada ante mi presencia, tal vez extrañada, o complacida, de que alguien tan diferente invada ese momento de sus sueños.
¿Sabes? Toda una vida caminando para llegar a este momento en el que nos encontramos. Apenas unos segundos en los que levanto mi cámara y, con un solo clik, ya formarás parte de mí. Pero me pregunto si este encuentro es real, si alguien más es capaz de verte y de sentirte tal y cómo yo lo hago.
Y, como tantas veces, la locura, o puede que otros sueños me arrastra lejos, y nunca más sabré de ti. Ni siquiera si eres real.
—Llovía en las montañas de Sapa. Le hacía fotos a un niño sentado a la puerta de una humilde cabaña de bambú y hojas de banano. La verdad es que el chaval no me interesaba demasiado. Después de un camino en el que la lluvia y el barro nos habían castigado por nuestro atrevimiento al querer llegar a mundos y vidas que no nos pertenecen, fue la primera persona ajena al grupo con la que nos topamos. Mientras disparaba mi Canon sin demasiado entusiasmo, apareció ella en el umbral de la puerta. Me impresionó el tocado, los flecos cuajados de abalorios deslizándose por su hombro, la cara salpicada de barro… Instintivamente le hice un par de fotos.
—Es imposible que ella exista, Ismael. Únicamente en tu fantasía. Ella es producto de tu imaginación, de un sueño. Estás tan solo que tienes que inventarte mundos y gentes, dioses y demonios
Quizás no exista en tu mundo, pero en el mío, aún resuena su voz en mis oídos y siento su mirada apartándose de mis ojos al tiempo que ya me olvida mientras se pierde en el oscuro habitáculo que tal vez le lleve a una dimensión desconocida.
—Descansa, mi bien, descansa. Yo te encontraré en algún sueño y te recogeré en mi mirada. Dejaré que te acurruques en mi regazo y te contaré historias imposibles en el mundo del que vienes. Volarás sin alas y surcarás los cielos hasta llegar a esos lugares en los que te reencontrarás con aquellos que amaste, que te amaron. Allí, abrazarás a la madre que te dio la luz de un sol imaginado y recobrarás los ojos de un padre que te protegió con su mirada de los procelosos caminos de una realidad absurda, preñada de dificultades y sufrimientos.
Allí te reencontrarás con tus primeros besos y recuperarás las caricias que te llevaron a tus primeros sueños. Volverás a perder la razón en un abrazo y morirás de nuevo, una y mil veces, envuelto en una piel ajena.
Y volverás a ser niño de nuevo y viejo a un tiempo. Lo serás todo y lo tendrás todo.
Descansa, mi bien, descansa.
Quizás este lugar en el que estáis ahora no exista, incluso puede que ninguno de vosotros sea real y únicamente existáis para conformar mis ensueños. Y quizás al soñar mis fotos y ante la posibilidad de imaginarlas colgando de un muro, haya necesitado recrear el espacio en el que están… Y a vosotros, claro. Porque ¿qué sentido tendría soñar algo si luego no se puede compartir? ¿Y si se diera el caso de que ellos, los que son el objeto de nuestra atención, fueran lo único real? ¿Y si fueran ellos los que nos hubieran recreado en alguno de sus sueños y ahora nos estuvieran contemplando?
Y quizás por ello sea que nos mira desde esta ventana complacido y sonríe, orgulloso de su obra.
El miedo es un arma poderosa de la consciencia, de esa parte limitada y escasa de nuestro cerebro que se rige como dictador implacable. Es el miedo a lo desconocido, a lo que vendrá, a lo que podrá ser y que, por su causa, muchas veces no será. El miedo cercena nuestros sueños e impone límites a nuestra imaginación. Y así, el miedo, proyectará en nuestra cabeza la película de los terribles sucesos que nos acaecerán si hacemos aquello que hemos soñado o imaginado, que igual tiene. El miedo cercena y limita. Nunca seremos libres si hacemos del miedo algo real. Huid del miedo, abandonad todo pensamiento oscuro, salid de los sueños en los que no seáis felices y negad siempre su existencia.
Ella es Caronte, la barquera que me llevará a la otra orilla. Sí, es una mujer, es que siempre me he llevado mejor con las mujeres. Además, es mi sueño, mi realidad y recreo a Caronte como me viene en gana. Me espera Caronte con la mirada iluminada de bondad y la sonrisa embelleciendo su rostro. Me subo a la barca y, antes de partir, clava sus ojos en los míos, estrecha con su mano mi antebrazo y me pregunta:
—¿Tienes miedo?
—Contigo, nunca.
A veces me cuesta imaginarlos. A veces quiero huir de la necesidad de querer recrearlos con emociones demasiado evidentes. O quizás es que no quiera asumir su condición, sea ésta la que sea, porque lo que me gustaría sería no beber del cáliz que se me ofrece, lleno de tristezas y miserias.
Claro que podría soñarla de otro modo: alegres, satisfecha, plena.
Me gustaría hacerlo, de verdad, pero sería eludir realidades que existen en mis adentros; porque es así, apesadumbrada y triste, tal y como la he imaginado, pero no quiero verlo. No en este momento. Así que únicamente soy capaz de perfilar su silueta y recrear la luz de sus adornos. Quizás, en algún otro momento pueda soñarla feliz.
Desde el punto de vista de un habitante europeo, los marsupiales son extremadamente raros, a pesar de que nos hayamos familiarizado con ellos gracias a los documentales de la 2. Pero la rareza no es lo mismo que el desatino. Los canguros pueden ser inverosímiles, pero existen. Lo mismo puede decirse de los seres que habitan las regiones más remotas de mi cabeza y que se ven reflejados en esta sección de la muestra. Y ante las dudas acerca de mi cordura que esta confesión pueda suscitar, dejadme deciros que la locura no existe, que únicamente es percibir desde un estadio donde lo convencional no tiene cabida.
Esto es lo que me reafirma en la idea de que mis realidades son las que me hacen ser lo que soy. Negar que estos personajes existen y son tal cual los veo, es negar mi propia existencia.
A mí el color me obsesiona y a veces paso horas ante una imagen buscando los caminos que me lleven al punto en el que lo que menos me importe sea la imagen, No hay un mensaje, no existe la intención de conmover a través de una escena ni siquiera de concienciarme de una situación social determinada. No en este momento de mi vida. Únicamente quiero llegar a una comunión total con la imagen a través de la luz y el color. Cuando lo consigo, menos de las veces que me gustaría, ella la imagen, ya forma parte de mí. Y yo de ella.
¿Pero qué ocurre cuando el color desaparece y únicamente nos queda la luz? ¿Acaso esa mirada no existe?
¿Sabéis? Los colores no existen; únicamente existe la luz.
El color, como tal, solo es una percepción, la interpretación que el cerebro hace de las señales nerviosas que le envían los ojos.
Todo me conduce a creer que nada es real, que todo es un sueño, todo es imaginado e interpretado por nuestro cerebro según nos convenga. O nos impongan. Tal vez todo sea una manipulación sutil del ser pensante que conforma el universo.
¿Por qué no podemos desarrollar nuestra percepción, nuestras emociones y sensaciones desde la ausencia del color y únicamente con la luz?
El negro es la ausencia de luz.
Decíamos en otro lugar que cerrar los ojos es algo así como renunciar al mundo; al mundo externo, claro. Y ahora que sabemos que lo que vemos es interpretable y subjetivo, que todo lo que nos rodea depende de quién vea o desde dónde se vea ¿dónde está la verdad?
El viejo sadhu, que tal vez no exista, decía que en nuestros adentros.
Cerraré los ojos y recorreré los adentros del monje. Las visiones transversales que recorren su cerebro mientras medita ¿serán en color?
Veremos.
Y si los colores no existen, quizás la única realidad sea la de los ciegos. Y estas imágenes carentes de color sean las únicas verdades de esta sala.
Toda mi vida, todos los pasos dados, sin yo saberlo, han estado encaminados a desprenderme de los artificios del color y puede que, por fin, haya encontrado la llave del mundo real: la luz.
Percibir desde la luz.
Y dibujo con luz lo único importante: una mirada, un gesto, una sonrisa o un rictus amargo. La luz me descubre el alma oculta de los seres reales que se encuentran más allá del color.
Y detrás de cada una de ellas, oculta por la oscuridad, comienzo a intuir la mía.
A estas alturas, soy consciente de que más de uno se sentirá decepcionado. Le gustaría conocer la historia de cada uno de estos personajes, que hay detrás de esas miradas, de esos gestos, de las arrugas que cincelan caminos en los rostros, de los claros ojos de los niños.
Sería tan fácil complaceros. Os contaría historias que os llenarían de ternura y otras que os pondrían el corazón en un puño.
¿Pero es que no os habéis dado cuenta de que esto va de otras cosas? No hay nada fuera de vosotros mismos, todo está en vuestro interior y sois dioses que, ante un estímulo, sois capaces de inventar mundos que no existen fuera de vuestro cerebro. Que sois vosotros quienes podéis hacerles felices o desgraciados y que lo que yo os cuente no es nada más que mi percepción. Una mera fantasía.
Cuando, por primera vez abro una imagen, raramente me atrapa. No penséis que me emociona, ni siquiera lo hace en el momento del disparo. He llegado a pensar que soy un fotógrafo instintivo. Decía que cuando abro la imagen, aparece un perfecto desconocido rodeado de un mundo que no me pertenece. Sin embargo tengo la certeza de que, para encontrarme con ella, ha de nacer de nuevo.
Y viene fundido a negro, apenas dejo un puntito de luz en el centro, lugar que será el principio de un nuevo universo.
Mi pincel de luz comenzará a descubrir un rostro que antes nunca estuvo. Pero poco a poco, pacientemente, dejando que sea mi naturaleza oculta la que vaya encontrando el camino del primer encuentro real.
Y no, no soy consciente del proceso, es como si yo fuera únicamente el instrumento, la herramienta de la que se sirve el hacedor de vidas que habita en algún lugar recóndito de mis adentros.
No penséis que en el proceso creativo a mí se me hace caso. No puedo negar mi papel de privilegiado espectador, claro. Pero ahí termina todo. Ocasiones hay en las que trato de dar mi opinión.
Creo que este revelado está muy forzado y tiene mucho grano o poco detalle. Quizás el enfoque no sea el adecuado…
Pero no obtengo respuesta, únicamente el silencio mientras la luz va atravesando oscuridades revelando poco a poco a la nueva criatura.
Nunca sé cuándo va a acabar el proceso, pero nunca es rápido y a veces se prolonga durante días. Es un parto interminable en el que el personaje sufre, al igual que aquél que lo va descubriendo con el pincel de luz.
Adentrarse en la oscuridad siempre nos confunde. A mí, particularmente, durante muchos años, no es que me confundiera, sino que me aterraba. Imaginaba que, aprovechando la ausencia de luz, miles de peligrosos malhechores, algunos monstruos y unas cuantas decenas de fantasmas se ocultaban esperando mi paso por aquellos lugares tan poco recomendables. Sí, duró varios años, hasta que un día descubrí que si yo no podía ver a semejante horda, tampoco ella me distinguiría en medio de aquella negrura,
Y así es como comencé a frecuentarla, así es como comencé a entenderla. Y entonces, c como si de un sueño se tratara, me hice su amigo.
Pasamos grandes momentos juntos. Reímos y lloramos, hablamos y callamos y reconocimos que nos amábamos. Sin embargo, es obligado que, para llegar a destino, hay que recorrer los caminos propios, y cuando llegó el momento de separarnos ella me regaló un pincel de luz.
Y es con él, con el pincel de luz, con lo que he ido dibujando, uno a uno a estos personajes, imaginados o reales, que igual tiene.
Es un proceso doloroso que muchas veces no sé cómo resolver. Mientras voy revelando la nueva criatura, carente de color y, todavía, de alma, son muchas las ocasiones en las que las lágrimas acuden a mis ojos sin un motivo aparente. Se me encoge el corazón y es como si me fueran sorbiendo la energía para que la imagen salga a la luz cargada de vida. Casi a costa de la mía, de mi cordura.
Alguno de los que en mi interior habitan, alarmados ante semejante disturbio, me suplican que ponga fin a esto, que de verdad no merece la pena.
—¿Para qué, tío, para qué?
Pero es una necesidad imperiosa que me empuja a crear, a no conformarme con lo que mi cámara recoge, a no aceptar los colores que concibe mi cerebro, confundido por la realidad que no es. Necesito llegar más allá de la mirada, más allá del color.
Pero ¿qué me atrae en un principio de una foto para que me entregue a ella de una manera tan intensa, tan destructiva?
Que no, que no exagero. Cuando me pongo delante de la pantalla he de recogerme en mi mismo, acurrucarme en espíritu y traspasar esas puertas que me llevan a mundos desconocidos en los que nadie más habita. Es la soledad más absoluta. Nadie puede ayudarme, nadie puede contemplar el momento en el que siento que ya no estoy en el mundo real, que mi yo consciente, ese que todos podéis contemplar, ya no existe. Estoy en un plano de percepción en el que no puedo controlar nada de lo que sucede. Y no soy consciente de por qué en ese trance elijo una imagen u otra.
Hubo un tiempo en el que ponía coto a ese desapego de mí mismo y manejaba los tempos y cadencias. Pero ahora es algo inconsciente, como si estuviera poseído.
No, no puedo explicar el porqué de estas fotos. De hecho, si alguien hace un año me las hubiera mostrado, no las habría sentido como mías. Yo hubiera buscado la armonía del color, el equilibrio, la piel clara, la mirada limpia, que las imágenes no necesitasen explicación alguna, que conservasen el alma de las personas que quedaron plasmadas en mi cámara.
Pero siento que ya no soy el mismo, que nada de lo expuesto pertenece a mi yo consciente. Pero como dijo Saramago “son muchos los que en mi interior habitan, y pudiera haberse dado el caso de que uno de esos que pululan por mis adentros se cansase de la superficialidad de mis fotos y, buscando el más allá del todo, se sumergiese en el negro absoluto y, blandiendo el pincel de luz, fuese iluminando lo que de verdad importa.
Creo que ya he apuntado que tal vez muchos de vosotros os sintáis incómodos ante estas visiones. Incluso yo mismo me siento turbado ante la contemplación de algunas de ellas. Sin embargo, cuando cierro los ojos y recorro la luz que les da vida, me invade la ternura y las siento más reales que aquellas otras que representan fielmente a personas más fácilmente asimilables por nuestro cerebro.
Despejad vuestra mente y dejad que sea algunos de esos que lleváis dentro, aquél que habita en las antípodas de la mente, sea el que las sienta. Que sea él quién las haga reales, quien les dé vida. Olvidaos del color y sentid únicamente la luz.
Viajad únicamente a través de la luz, atravesando el negro. Dejaos atrapar por las sombras y los grises. Refocilaos con el blanco, la expresión más pura de la luz.
Buscadlo en el brillo intenso de un aro que pende de una oreja y crear el personaje.
No importa si hay zonas que apenas se distinguen, no importa que su mirada no os invite a entrar y tengáis que imaginarla; olvidaos de arrugas y del ruido. Si es feliz o es triste,. Si sufre o, por el contrario, goza. No penséis en quién será o lo que hará. Contempladla y sentid que está hecha de luz.
Lo cierto es que nada de esto es real, nada existe y nada es lo que parece. Nuestro cerebro experimenta una serie de sensaciones y emociones, ante ciertos estímulos y crea una realidad que sea acorde con ellos. Pero imaginemos, únicamente imaginemos,. Que esos estímulos son generados por una inteligencia artificial. Ella, que no sabe nada de la vida, que únicamente le han enseñado a recrear situaciones que nos conmuevan, o que nos inquieten, o que nos emocionen. Y ese estímulo inexistente, provocará una reacción en nuestro cerebro que nos dirá, incluso jurara a pies juntillas, que es real, que existe y que incluso vive en las lejanas montañas de un país que quizás tampoco exista.
Es lo que pasa cuando nos miramos al espejo, que vemos lo que nos gusta ver.
El negro es la ausencia de luz. Mientras tanto, mi pincel va distribuyendo destellos al albedrío ignoto de un ser que quía mi mano sin que yo pueda entender nada. Aunque, lo cierto es que tampoco tengo demasiado interés en hacerlo. ¿Serviría de algo? Tratar de entender no deja de ser adaptar a nuestra lógica una serie de hechos, o de pensamientos, que también cabe. ¿Aprendería algo si lo hiciera, si tratara de entender lo que me rodea? Al final me convencería a mí mismo y pensaría que sí. Pero la verdad es que no existe la certeza de que lo que vemos sea real.
Dicen que siempre hay que dudar de todo para conseguir logros.
Hay que dudar de lo que nos han contado que somos. Olvidad los principios, los valores impuestos, lo decente y lo indecente; dioses y demonios, jueces y reyes. Rechazad los conceptos, abandonad el mundo del pensamiento único. Tenemos que perdernos en los caminos de la imaginación y del ensueño y dibujarnos con alas o siendo el aliento de un amor olvidado que renace de las cenizas del tiempo. Dibujarnos sin rostros ni miradas, siendo únicamente la luz que ilumina el camino olvidado del espíritu, regresando a los orígenes de todo, cuando únicamente existía el negro envolviendo el universo.
—¿Pero cómo puedes vivir con tanta incertidumbre?
La incertidumbre me da certezas.
Dudar de la realidad que me rodea, de lo que veo, de lo que siento ante determinados estímulos y en según qué circunstancias, dudarincluso de mi propia existencia, me hace tener la certeza de que todo es relativo, que todo tiene mil caras y que nada es lo que parece. que todo depende de otra cosa, o de las cosas que se tomen en consideración.
La incertidumbre me empuja a buscar la luz como fuente de todo. ¿Por qué? No tengo ni idea, porque yo nunca le busco la lógica a mis impulsos, a los deseos que me llevan más allá de lo razonable. No necesito tener una explicación para cada pensamiento, para cada sensación. Admito, después de tantos años, después de tantas cosas, que no tengo que justificar nada.
Al fin y al cabo, puede que ni exista. ¿Para qué molestarme?
¿Sabéis qué? Que estoy cansado. Estoy cansado de la luz y el color. Al fin y a la postre, son únicamente conceptos que tal vez no debieran tenerse en cuenta. Y estoy cansado de esta cháchara que parece no terminar nunca.
Además ¿a cuento de qué tanto discurso si esto es una exposición de fotos? Es indudable que los 70 y 80 dejaron sus secuelas en mí.
Si me necesitáis, estaré afuera echando un cigarrito con un colega que conocí en alguno de mis viajes.
-Ismael, tú nunca has salido de esta habitación –me dice el enfermero.
-Posiblemente -le respondo-, pero he viajado.